Geoff Emerick, Habla el guardián de los secretos de Los Beatles

Geoff Emerick, Ingeniero de Sonido en Abbey Road, ofrece una visión inédita del trabajo para Los Beatles y Paul McCartney

El grueso de El sonido de los Beatles transcurre en aquel discreto caserón londinense, Abbey Road. Geoff Emerick tuvo silla de pista en la más deslumbrante historia musical de los sesenta: Ganó dos premios Grammy por ejercer de ingeniero de sonido de los Beatles (más otro por su trabajo con Wings y un cuarto por el conjunto de sus aportaciones técnicas). Emerick se sentó detrás de la mesa de grabación en sus elepés más audaces: de Revolver (1966) a Abbey Road (1969).
 
Emerick desmitifica lo que significaba un puesto en Abbey Road. Entró allí gracias a la gestión rutinaria de un orientador profesional ante EMI. Conviene recordar que aquella empresa era casi tan tradicionalista como el Palacio de Buckingham. Los técnicos estaban obligados a llevar batas y la pirámide laboral resultaba asfixiante. Abundaban los jefes excéntricos o dictatoriales. En 1968, el director del estudio cortaba la electricidad para echar a Pink Floyd: los horarios eran sagrados (y las horas nocturnas se pagaban extra).
 
Los Beatles cambiaron todo: como motor de EMI, imponían su propio ritmo. Sin embargo, a pesar del prestigio y las horas extra, algunos empleados preferían no trabajar con ellos. Los de Liverpool marcaban las distancias con la mano de obra: no solían compartir comida, bebida o confidencias. Al gozar de permiso para investigar, sus sesiones podían ser "absolutamente exasperantes". Y el clima, según se deterioraban las relaciones internas, se hizo irrespirable.
 
Sabiendo que Emerick no escribía un diario, cabe suponer que algunos de sus "recuerdos" han sido adquiridos a posteriori. Pero fue testigo-víctima de las tensiones creativas en aquellas jornadas. Sin menospreciar la aportación musical de George Martin, el productor queda retratado como un equilibrista poco solidario. Ejerce sus privilegios jerárquicos y no renuncia a su taburete, simbólicamente más alto que los asientos de los Beatles.
 
Respecto a estos, lo que imaginábamos: John Lennon empuja hacia la experimentación, aunque sus ideas no sean prácticas (cantar mientras se balancea colgado del techo) o le cueste verbalizarlas. Emerick le atribuye una de las cuñas que romperían a los Beatles, cuando otorga voz a Yoko Ono -hasta entonces, ajena a la música pop- en las discusiones clave. Intenten visualizar a Yoko convaleciente de un accidente automovilístico, instalada durante semanas en una cama en pleno estudio, recibiendo a sus amigos y con un micro conectado al cuarto de control, para poder lanzar sus opiniones sobre lo que se está tocando.
 
Se certifica la santa paciencia de George Harrison y Ringo Starr, ninguneados por los jefes del cotarro. A su modo, se desquitan cuando la acción salta al estudio de Apple en Savile Row. Allí Harrison se convierte en un señor hasta grosero, que interrumpe conversaciones para recitar plegarias. Y Ringo, el sensato Ringo, destroza literalmente el edificio por el capricho de construir un anexo para grabar bandas sonoras.
 
Obviamente, Emerick es un "hombre de McCartney" en más de un sentido. Sitúa en Sgt. Pepper el ascenso de Paul a productor de facto del grupo: George Martin lleva mal el horario nocturno y tiende a adormilarse. McCartney es un perfeccionista. Y tiene suficiente diplomacia para salir pimpante de situaciones complejas, como la tragicómica estancia en Lagos, para grabar el álbum cumbre de Wings, Band on the run.
 
En Nigeria, comprendemos el neocolonialismo de las multinacionales. Teóricamente, los estudios de EMI en todo el mundo estaban estandarizados. En realidad, Lagos usaba material obsoleto, procedente de Abbey Road. Que tampoco era el estudio puntero del planeta. Incluso en 1970, un Phil Spector, habituado a la tecnología estadounidense, echaba pestes de Abbey Road. El mismo Emerick enumera sus deficiencias arquitectónicas y su ambiente espartano.
 
Con todo, aquello funcionaba. Hoy parece inconcebible que Sgt. Pepper, la obra más fantasiosa de 1967, se grabara en cuatro pistas: glorioso testimonio de la laboriosidad, la limpieza, la chispa de unos técnicos al servicio de creadores pletóricos. Una experiencia, un espíritu, unos conocimientos que se irán extinguiendo según cierran los grandes estudios.

La lucha -incluso por un solo de guitarra- que mantenían John y Paul; Yoko robándole galletas a Harrison; los colocones de Lennon... Geoff Emerick fue el ingeniero de sonido y testigo de las grabaciones del cuarteto. Nunca había contado lo que allí pasó... hasta ahora.

Estaba allí, en los estudios de Abbey Road, rodeado de cables, discreto, sin levantar la voz, siempre a las órdenes del productor George Martin en su labor de ingeniero de sonido del mítico estudio. Se llama Geoff Emerick (Londres, 1946) y vivió, mudo, episodios que cambiaron la historia del rock: la elaboración de los grandes discos de los Beatles. Emerick ha decido ahora hablar. Lo hace a través del libro El sonido de los Beatles, donde narra al detalle el declive personal de la banda, su manera de trabajar, la aparición de Yoko Ono, las luchas… Estos son algunos extractos del libro.

- TÓCALA OTRA VEZ, DAVID
(Grabación del solo de trompeta de Penny Lane, 1967, por el reputado trompetista David Mason).

Como el verdadero profesional que era, Mason tocó a la perfección al primer intento, incluyendo el solo extraordinariamente exigente que terminaba en una nota alta casi imposible de alcanzar. Fue la interpretación de su vida.

Y todo el mundo lo sabía… excepto Paul [McCartney], claro. Cuando la nota final se fundió con el silencio, habló por el intercomunicador.
– Muy buena, David -dijo Paul con total naturalidad-. ¿Podemos probar otra vez?

Se produjo un largo silencio.

– ¿Otra vez? -el trompetista alzó la vista hacia la sala de control, con un gesto de impotencia. Parecía que no encontrara las palabras. Al final, dijo con suavidad: Mirad, lo siento. Me temo que no lo puedo hacer mejor.

Mason sabía que lo había clavado, que había tocado cada nota a la perfección y que era un hito prodigioso imposible de mejorar. Entonces, George Martin intervino y se dirigió enfáticamente a Paul, en una de las pocas ocasiones que le vi reafirmar su autoridad como productor en aquellas semanas.

– Por el amor de Dios, no le puedes pedir a ese hombre que lo vuelva a hacer: ¡es fantástico!

[…] Durante un embarazoso instante, el productor y el tozudo y joven artista se miraron fijamente. Por fin, Paul volvió a hablar por el micro interno:

-De acuerdo, gracias, David. Ya te puedes ir, quedas en libertad provisional sin fianza.


- EL COLOCÓN DE LENNON
(Durante la sesión de grabación de Lovely Rita, de Sgt. Pepper’s, 1967).

Paul, George Harrison y él [John] estaban haciendo coros alrededor del micrófono cuando Lennon anunció de pronto que no se encontraba bien. George Martin habló por el intercomunicador:

– ¿Qué pasa, John? ¿Es algo que has comido?

Los otros soltaron unas risas, pero John permaneció solemne.

– No, no es eso -respondió-. Es que me cuesta concentrarme.

En la sala de control, Richard [Lush, ayudante del ingeniero] y yo intercambiamos miradas. “Vaya –pensamos–, la droga empieza a hacer su efecto”. Pero George Martin no parecía tener ni idea de lo que sucedía:

– ¿Quieres que te acompañen a casa? -preguntó.

– No -dijo Lennon con un hilo de voz lejana.

– Bueno, pues ¿quieres tomar un poco el aire? -sugirió George amablemente.

– Vale -respondió el sumiso John.

Tardó mucho en subir las escaleras; se movía como a cámara lenta. Cuando por fin cruzó el umbral de la sala de control, me di cuenta de que tenía una mirada extraña y vidriosa […]. De pronto echó la cabeza hacia atrás y se puso a mirar atentamente al techo, atemorizado. Con cierta dificultad, por fin, soltó unas palabras no especialmente profundas:

– Vaya, ¡mirad eso! -estiramos el cuello, pero lo único que vimos fue… el techo.

– Vamos, John, podemos subir por las escaleras de atrás -dijo George Martin suavemente, llevándose al ofuscado beatle de la habitación.

[…] George Martin regresó a la sala de control, solo. […]

– ¿Dónde está John? -preguntó Paul.

Antes de que Richard pudiera responder, George Martin habló por el intercomunicador:

– Lo he dejado en la azotea, mirando las estrellas.

[…] Al cabo de un par de segundos, se dieron cuenta de lo que sucedía: ¡John está en pleno tripi y George Martin lo ha dejado solo en la azotea! Como si fueran actores de una antigua película muda, los dos Beatles reaccionaron a la vez y se lanzaron juntos escaleras arriba.


- “¡A TOMAR POR SACO!”
Hubo una ocasión en que la adulación de las fans hizo perder los nervios a Lennon, y yo lo presencié. Todo el mundo regresaba a casa al final de una sesión nocturna en la que John había estado de peor humor que de costumbre. Dio la casualidad de que yo me encontraba en lo alto de la escalera de entrada de Abbey Road justo cuando el chófer de John intentaba maniobrar el Rolls-Royce psicodélico para salir del aparcamiento y abrirse paso entre las fans, que bloqueaban la salida. Siempre bromista, Lennon llevaba escondido un altavoz bajo el capó y un micrófono dentro del coche. De pronto, se puso a gritar: “¡Idos a tomar por saco!”.

Yo lo encontré muy divertido, y además funcionó. Con el susto, todo el mundo se apartó de un salto y el Rolls aceleró hasta perderse en la noche, mientras el cacareo de las risas de John resonaba por la calle.


- “NO TIENES NI IDEA”
(Grabación de Revolution 9, del Álbum blanco, 1968).

Los cuatro Beatles se reunieron en el estudio, y John puso orgulloso los dos temas que había terminado en ausencia de los demás. Por el oscuro nubarrón que vi cerñirse sobre el rostro de Paul vi que Revolution 9 le había disgustado profundamente, y se produjo un silencio embarazoso al terminar el tema. John miró a Paul con expectación, pero el único comentario de Paul fue: “No está mal”, que, como yo sabía, era un modo diplomático de decir que no le gustaba. Ringo y George Harrison no expresaron opinión alguna. Los dos parecían claramente nerviosos, y era evidente que no querían meterse en un lío.

– ¿Que no está mal? -dijo Lennon con sorna a Paul-. No tienes ni idea de lo que hablas. De hecho, ¡esto tendría que ser nuestro próximo sencillo! Ésta es la dirección que los Beatles deberían tomar a partir de ahora.

Yoko, con una espantosa falta de tacto, consiguió agravar todavía más las cosas soltando:

-Estoy de acuerdo con John, me parece genial.


- INSPIRACIÓN TÓXICA
(Grabación de Ob-la-di Ob-la-da, del Álbum blanco, 1968).

[…] Cuando Paul anunció varias noches más tarde que quería borrar todo lo que habían hecho hasta el momento y empezar la canción de cero, John se puso como un loco. Despotricando de todo, se dirigió hacia la puerta, seguido de cerca por Yoko, y pensamos que ya lo habíamos visto bastante por aquella noche. Pero pocas horas más tarde regresó hecho una furia al estudio, en un estado mental claramente alterado.

– ¡VOY COLOCADÍSIMO! -aulló John Lennon desde lo alto de las escaleras. Había elegido hacer su entrada por la puerta de arriba, seguramente para poder llamar rápidamente la atención a los tres alarmados Beatles que estaban abajo. Tambaleándose ligeramente, continuó mientras agitaba los brazos para subrayar sus palabras:

– Voy más colocado de lo que vosotros habéis ido jamás. ¡De hecho, voy más colocado de lo que vosotros iréis jamás!

Me volví hacia Richard y murmuré:

– Vaya, vaya, esta noche está de buen humor.

– Y así -añadió Lennon con sarcasmo- es como debería ir la canción.

Vacilante, descendió las escaleras, se acercó al piano y empezó a aporrear las teclas con todas sus fuerzas, tocando los famosos acordes iniciales que se convirtieron en la introducción de la canción, a un tempo demencial. Paul, demudado, se puso delante de John. Por un instante pensé que le iba a dar un puñetazo.

– Vale, John -dijo con las palabras breves y cortantes, mirando directamente a los ojos de su enajenado compañero-. Hagámoslo a tu manera.

Por muy enfadado que estuviera, creo que en lo más hondo Paul se sentía halagado de que su colaborador de toda la vida hubiera dedicado su atención al tema… aunque evidentemente lo hubiera hecho estando totalmente ido.


- LA GALLETA DE GEORGE
(Grabación de The end, de Abbey Road, 1969).

Mientras escuchábamos [la pista base de The end], me di cuenta de que algo que sucedía en el estudio había captado la atención de George Harrison. Al cabo de unos instantes empezó a mirar con los ojos como platos por el cristal de la sala de control. Curioso, miré por encima de su hombro. Yoko se había levantado de la cama y se deslizaba lentamente por el estudio, hasta detenerse ante la caja del altavoz Leslie de Harrison, sobre la cual había un paquete de galletas digestivas McVitie. Despreocupadamente, procedió a abrir el paquete y extrajo con delicadeza una sola galleta. Justo cuando estaba a punto de meterse en la boca el manjar, Harrison no pudo contenerse más:

– ¡¡¡LA MUY ZORRA!!!

[…] Lennon le dedicó algunos gritos, pero poco podía decir en defensa de su mujer (que, ajena a todo, seguía masticando alegremente en el estudio), pues él mismo compartía exactamente la misma actitud hacia la comida.


- LA ÚLTIMA VEZ JUNTOS
(Grabación de The end, 1969).

– Un solo de guitarra es lo más evidente -dijo George Harrison.

– Sí, pero esta vez deberías dejármelo tocar a mí -dijo John medio en broma. Le encantaba tocar la guitarra solista […], pero sabía que no tenía la fineza de George o de Paul.

– ¡Ya lo tengo! -dijo maliciosamente John, poco dispuesto a renunciar-. ¿Por qué no tocamos todos el solo? Podemos hacer turnos e intercambiar frases […].

George parecía dudoso, pero a Paul no sólo le gustó la idea, sino que fue un poco más allá:

– Mejor aún -dijo-: ¿Por qué no lo tocamos los tres en directo?

A Lennon le encantó la idea. Por primera vez en semanas vi un brillo de felicidad en sus ojos. […] Paul anunció que quería tocar el primer solo, y como la canción era suya, los otros aceptaron. Siempre competitivo, John dijo que tenía una gran idea para el final, de modo que sería el último. Como siempre, el pobre Harrison quedó eclipsado por sus compañeros de grupo y le tocó la parte del medio por defecto.

Yoko, como de costumbre, estaba sentada al lado de John […], pero cuando Lennon se levantó para ir al estudio, se volvió hacia ella y dijo suavemente: “Espérame aquí, cariño, sólo será un minuto”. Ella se quedó algo sorprendida y dolida, pero hizo caso a John, y se quedó sentada en silencio. Era como si él supiera que iba a estropear el ambiente si bajaba con ellos al estudio. En su interior, John debió de sentir que para que aquello funcionara necesitaba hacerlo a solas con Paul y George, que sería mejor que en esta ocasión Yoko no estuviera a su lado.
 

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